LLUVIA EN PARIS...
Después de tomar café por St. Germain, disfrutando el ambiente del barrio latino, la lluvia nos sorprende en el Pont St. Michel. Las aguas turbulentas del Sena debajo del puente nos invitan a correr.
-¡Vamos!, trato de apresurarle
- No, no, dice Corso, da igual. Disfrutemos de la lluvia.
Por eso me gusta ese chico, me contagia su entusiasmo de vivir. ¿Quién puede resistirse a besarle bajo la lluvia en medio del puente? Nos hemos transportado de repente al mundo mágico de una pelicula, y Paris es un decorado majestuoso. Sólo falta la música, pero en este caso sólo suenan las bocinas de los coches y el chapotear el agua.
La tormenta se vuelve violenta, como si los angeles se divirtieran lanzando grandes cubos de agua. Los edificios se desdibujan tras la cortina. El agua rebota sobre las grandes losas del suelo, como si lloviera hacia arriba. La ciudad busca refugio, y nos observa atónita, como a dos locos.
Apenas puede abrir los ojos, por la fuerza del agua qué recorre sus ojos. Asi qué los cierra, y sus labios, atrapan los mios…y ¡zas! desaparece el mundo: desaparece la calle, la lluvia. Desaparece la gente, desaparecen los coches. Desaparecen los ruidos, el frio. Su cuerpo, caliente bajo su abrigo mojado, se pega a mí, mis manos se reconfortan bajo su jersey. Ya nada importa, los pies encharcados, las manos heladas, la humedad qué se cuela hasta los huesos.
Notre Dame nos saluda mientras pasamos por delante de su puerta, camino al Beaubourg. Normalmente siempre hay gente alrededor del Pompidou. El espectáculo está mas fuera qué dentro: faquires y cantantes, musicos y charlatanes. Un coro de godspell entona sus voces al lado de la fuente modernista.
Pero ahora no hay nadie. El agua les ha dispersado. La lluvia sigue intensa, nuestros cabellos chorrean, la libertad nos impulsa.
Cruzamos la calle, en Saint Denis el passage du grand cerf, el pasaje del gran ciervo, se convierte en un inesperado refugio. Una calle techada con cristal, acoge a otros paseantes qué se entretienen observando los escaparates de las tiendecitas del pasaje. Corso aparta cariñosamente mi pelo, y el gesto me reconforta.
- ¿Tienes frio?, le pregunto al notar un ligero temblor.
- ¡Quiero una gran taza de café caliente en casa!
Lo conocí en España, un curso de verano. El tan libre, tan culto, tan seguro…
Agradezco su español sensualizado por su acento. ¿será por eso qué me atrajo tanto? Y por sus gruesos labios. y por su ojos ligeramente achinados.
La lluvia empieza a dar un poco de tregua y disminuye su intensidad. Paseantes con capucha reinician su andadura, y los portales empiezan vaciarse de viandantes. La calle se ha estrechado, y entramos en una boulangerie a comprar pan. Uhmmm, el olor del pan recien hecho se mezcla con el de la humedad de la calle. Dicen qué a los parisinos les gusta el pan tierno, y por eso hornean por la mañana y por la tarde, y compran el pan dos veces cada día. La luz de la tienda ilumina la calle y nuestra vista y olfato se unen a esta orgia de sentidos. ¡Nos llevariamos toda la panaderia...!
La puerta desde boulevard da acceso a un pequeño patio, feo y triste, y otra puerta nos permite acceder a la escaleras. No importan la pintura descascarillada, estamos deseando llegar, risas y abrazos nos impulsan hacia arriba.
¿Existe un placer mayor qué despojarse de pesadas y humedas ropas y lanzarse a las reconfortantes aguas calientes de la ducha? El baño es minúsculo, pero huele muy bien. La alfombrita a los pies de la ducha casi llena todo el suelo. No cabemos los dos en la ducha, ¡lastima!. Aunque quiero cederle el sitio, insiste en qué pase yo primero, mientras pone la cafetera y revuelve entre los armarios. El olor a café recién hecho, una inmensa toalla y un ligero beso me recibe en el baño.
El suelo de madera chirria bajo mis pies. El dormitorio hace de entrada, de salón, de cuarto de estudio. Los libros llenan el espacio de la paredes. Inclino la cabeza para curiosear entre los titulos, todos en francés, extraños para mí. ¡Ah, este me suena!:”Les vacances du petit Nicolas”. Lo hojeo y los dibujos de Nicolas me hacen sentir cómoda. Estoy verdaderamente a gusto. Me siento y salto sobre la cama. Es grande y ocupa mucho espacio.
- ¡Ya estaba aquí, anteriormente vivia una pareja! , me grita a través de la puerta del baño cuando le pregunto por ella.
Voy sirviendo el café en las tazas qué ha dejado preparado sobre la mesa de madera. Le acompañan el pan, los bollitos recien comprados, mantequilla, mermelada, una bandejita con varios tipos de quesos.
- ¡ Con mucha azucar! , me vuelve a gritar
Sonrio pensando en qué le gusta todo con mucha intensidad.
Me encanta el olor de su piel tibia, de su pelo limpio y suave…el perfume del jabón… recien sale del baño y lo abrazo, lo beso… y me siento tan feliz.....
Os he dicho alguna vez qué me encanta Paris ??