
Las palabras son ficción, los sentimientos no…
No es la primera vez qué mis propias palabras se revuelven contra mí, no lo es. Es como si tuvieran vida propia, como si intuyeran el momento preciso, exacto, en el qué tienen qué tomar posesión del trozo de papel en blanco sobre el qué derramo mi vida. Y después, como qué no quiere la cosa, se hacen fuertes, se atan a mi pecho con doble nudo marinero y se deslizan hacia mi garganta dónde se estancan, se amontonan, se amotinan y me hacen enmudecer paulatinamente hasta quedarme en silencio. En silencio, si…
Otras veces tomo el control, las acentúo, mastico su intensidad, dibujo sus caracteres presionando suavemente las teclas y se colocan unas detrás de otras para terminar fluyendo, con o sin mi consentimiento, desde la punta de mis dedos hasta tu ventana, tu ventana. Como soplo de aire fresco, de vida, mi vida, tu vida. Como luna que espera al sol, para bailar al filo del amanecer, sobre la línea del horizonte, vestida con su sonrisa, el tango del día en qué tú me quieras….
Pero son sólo palabras, sólo palabras, lo sé , un vehículo incapaz de comunicar lo importante, lo qué yo considero importante, lo qué me guardo para mí, para trasladarlo, como se trasladan las cosas importantes, con sentimientos qué mojan la piel y si no mojan tu piel, mejor qué no mojen ninguna…Y me centro, para no usar aquellas qué no debo, por muy sencillo qué resulte, para no generar hipotecas absurdas qué disparan su interés, de inicio, pero con las qué nadie carga porque, aunque pueda estar muy bien, no es más qué magia sobre un escenario especialmente diseñado para ello…
Y descarto las inservibles, las ambiguas, las qué juegan con la entonación, las qué rompen el ritmo suave y tranquilo de las palabras limpias, naturales, sencillas, qué no necesitan recubrirse de cáscaras huecas, vacías, carentes del fruto qué alimenta a los corazones errantes. Y el mío lo es, es errante. Y esas no las quiero, no me sirven, las desecho porque ser palabras así es fácil, es cómodo, pero se gastan, se agotan segundos después de qué se han escrito o de qué hayan salido de la boca. Por eso contigo no las escribo, no las pronuncio, sólo te miro, sólo eso, eso, y no es necesario nada más para qué las mismas se conviertan en deseos y cuando eso pasa, cuando sucede, en esos momentos, no hay palabras, sólo miedo, miedo y deseo animal convertido en gato qué araña mi espalda…
Pues eso, los sentimientos no son ficción, las palabras sí. Y estas palabras no son mías, no son tuyas, son nuestras, hojas de un árbol qué agoniza y qué arañan a este gata, tumbada a la sombra con perenne mirada nostálgica, qué te busca día si, noche también…
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